“Qué guapos” nos dijo un hombre con la camisa completamente peleada con su traje. “Qué jóvenes y qué piel” añadió una mujer con la cara semioculta por un velo, guantes a lo Gilda y el cuerpo enfundado en un vestido corto que dejaba sus hombros fortísimos al aire. Estaban bailando juntos, pegados, pero ambas cabezas miraban hacia nosotros en un tango un poco extraño. Mi novia y yo nos reíamos al recordarlo unos días después. “Nos querían sorber el colágeno”. Habíamos estado en la fiesta de un amigo mío en la que prácticamente todo el mundo era mayor que nosotros, significativamente mayor, y a ratos parecía que bailábamos rodeados de vampiros.
“Si yo tuviera tu edad y tu peso” me había dicho mi amigo alguna vez, antes de su fiesta, como si lo que le separase de subir el Everest, escribir el Quijote o follarse a una modelo fuera tan cuantificable como 20 años y 20 kilos. Ante mi encogimiento de hombros exclamaba youth is wasted on the young (la juventud está desperdiciada en los jóvenes), más si cabe al confesarle yo mis rollos existenciales, mi prudencia, mis desamores. Me miraba con ojos de lástima ante mi desperdicio: con lo fácil que sería en mi situación (sin hijos ni deudas) meterme un embudo en la boca y sorber la vida entera, con pulpa, pepitas y todo. ¿Pero cómo iba a ser yo consciente del privilegio de mi edad, si es la única que tengo? Supongo que uno reconoce la juventud, como la felicidad, por el ruido que hace al marcharse. Y lo último que haría es sentirme superior, ahora, por tenerla.
Nuestras conversaciones me hacen pensar en Jacques, mi personaje favorito de Giovanni’s Room. Jacques es un viejo homosexual con una tremenda nostalgia por su pasado. De vez en cuando los jóvenes se ríen de él, o se aprovechan de su dinero y luego le engañan. En un momento dado él le dice a David, el protagonista, lo siguiente:
“Hay tantas maneras de ser despreciable que a uno casi le da vueltas la cabeza. Pero la manera de ser realmente despreciable es mostrar desprecio por el dolor ajeno. Deberías tener al menos la conciencia de que el hombre que ves delante de ti fue alguna vez incluso más joven que tú, y que llegó a su miseria actual de manera imperceptible, poco a poco”.
Vi a Jacques hace unos días, cuando una chica que conozco –siete años más joven que yo– subió una foto con su novio. Estaban en una fiesta en el Norte. Hacía sol: ella llevaba un vestido verde piedra y él un traje sin corbata. Sonreían cada uno a una cámara, que capturaba ese momento exacto en el que las risas y el rubor todavía son verdaderos, porque no ha dado tiempo a posar. Unos amigos conversaban detrás.
Estoy seguro que ella pensará de su vida que es un lío, como todas, y que encierra doscientas dudas y dilemas que resolver. Que aquel fragmento de tiempo no era del todo cierto, porque no muestra la carga, que cada cual tiene la suya, independientemente de la edad. Sí, lo sé. Pero nada de eso estaba en la foto. Solo un instante de infinitas posibilidades, de todo por hacer. Y aquella sonrisa extraviada.
“Qué guapos” le respondí. Y qué jóvenes, pensé, y me quedé un rato mirándolos.
FLECHITA PARA ARRIBA
En su día hice un Sonajero sobre los nombres y ahora he descubierto que el INE (Instituto Nacional de Estadística) tiene un buscador que te permite saber cuántos hay y dónde están ubicados los nombres y apellidos en España. No se me ocurre mejor herramienta sociológica para conocer la realidad de un país. A los que sois pijos como yo, ¿cuántos Boscos creéis que hay en toda la nación?
Estoy leyendo un libro muy interesante sobre la industria de la televisión americana de las últimas décadas. Pandora’s Box: The greed, lust, and lies that broke television, por Peter Biskind. Casi nada de título. Os lo recomiendo.
No tengo flechita para abajo esta semana. De hecho me estoy planteando quitarla, porque soy más de celebrar las cosas que me gustan que señalar las que me disgustan. Cierro con dos recomendaciones musicales. Esta preciosidad de canción de pablopablo con Helado Negro y uno de los temas que conforman el nuevo disco de 84, que tuve el gusto de presenciar en directo a principio de semana.
El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.
Si añoramos el pasado es porque hemos disfrutado lo vivido.