Uno de los mayores placeres de mi vida es el estudio de la historia. Desde pequeño he sentido curiosidad por el pasado. Tengo además mucha capacidad para retener fechas, lugares, batallas… Como todo lo que haces bien, cuanto más sé más me gusta. ¿Es mirar atrás la única forma fiable de conocer el futuro? Eso pienso yo. Pero el estudio de los grandes acontecimientos no basta para formarse una imagen completa.
Me gustan mucho las anécdotas de infancia de mi abuelo por eso. Vivió la posguerra: un periodo bastante oscuro de la historia de nuestro país, entre otras cosas porque pasó bastante poco, y casi todo malo. Está, por ejemplo, la historia de Gilda. Cuando se estrenó la película en España, un obispo movilizó a cientos de fieles que acudían a la salida de los cines para rezar por las almas de los que acababan de visionarla. Todo porque Rita Hayworth hacía un baile en el que, muy sensualmente, se quitaba un guante. Eso te da una idea de lo pacata que era la sociedad, o de lo omnipresente que era Dios.
Aquella anécdota de actrices y curas era mi favorita, hasta el otro día. Mi abuelo estaba hablando de sus amigos del colegio. Es curioso, dijo, porque éramos ocho y cinco nos llamábamos José. José Luis, José Carlos, José María, José Juan, José Antonio… Me pareció que aquel detalle capturaba perfectamente lo que se denomina como “el espíritu de los tiempos”. En la posguerra, España era un país en el cogías a ocho niños por la calle y cinco se llamaban igual. Había escasez hasta de nombres.
Mi padre dice al respecto lo siguiente: que en la generación de mi abuelo no había ni cantidad ni variedad, que en la suya había cantidad pero no variedad y que en la mía ya hay de ambas. Es el viaje que va de tener cartilla de racionamiento a poder comer todas las galletas que quieras –pero solo de dos marcas– a que medio planeta tenga exactamente las mismas doscientas marcas de galletas en el supermercado. Lo mismo pasa con los nombres. De los Josés y las Cármenes en media población se pasó a distribuir equitativamente el santoral (Pablo, Fernando, Paloma y Enrique por parte de mi padre; María, Antonio, Ignacio, Belén, Javier y Sonsoles por parte de mi madre). Luego con mi generación empezaron a aparecer las Chloes o las Mias, que son ya el tipo de nombres internacionalmente horteras que estamos transmitiendo.
Los Josés y las Cármenes buscaban, con sus nombres, encajar en una sociedad muy estricta. Las Chloes y las Mias, ser alguien especial. Y no sé cuál me da más pena. Si esos niños José, predispuestos a no ser nadie, o nosotros, Chloes y Mias, obligados a que todo en nuestra vida sea disruptivo so pena de mediocridad, tan perseguidores de lo diferente que acabamos siendo todos iguales.
FLECHITA PARA ARRIBA
Para Sydney Sweeney, que está increíble en esta pequeña joyita de película llamada Reality. Sydney ha hecho todo lo que a mí me gustaría hacer si tuviese su talento: Euphoria, The White Lotus, protagonizar el último videoclip de los Rolling Stones y ahora esto. Está en Filmin.
FLECHITA PARA ABAJO
No me meto pero me meto: ¿qué pareja tiene más puntos para ser una pura acción de marketing, Kylie & Timothée o Kendall y Bad Bunny? De fondo, el para mí inexplicable y a la vez ineludible poder de seducción de las Kardashian.
Es digno de estudio lo de las Kardashian's 🫣
Buenisimo!