Prácticamente cada día, cumplidas las obligaciones laborales, busco algo de silencio, siento el culo en la silla, despliego la pantalla del ordenador y me mido contra mí mismo, contra la pereza, la desesperación o el aleteo del cansancio. Nadie me obliga a ello. No es exactamente fácil. Prudente, pulso la primera tecla y enfrento lo que sea que soy esa noche contra la nada absoluta. De ese choque quedaba en tiempos un rastro de tinta en el papel. Ahora son bits, creo. Da igual. Nuestro mutuo absorber es mágico. Hablo del folio en blanco.
Me encanta
Me encanta