Cuando Mariano Rajoy dijo aquello de “me gustan los catalanes porque hacen cosas”, además de regalarnos un meme para los años, estaba en lo cierto. Muchos de los grandes monumentos de Barcelona (la Sagrada Familia, el Hospital Modernista de Sant Pau…) están erigidos por suscripción popular, por la iniciativa de un grupo de personas que se pusieron de acuerdo en un momento dado para hacer algo más grande que ellos mismos y que luego otras continuaron con el mismo afán. En Madrid, por contraponer, casi todos los lugares históricos los levantaron los reyes. Podríamos decir entonces que la sociedad catalana es una sociedad históricamente entusiasta. Con ganas de hacer cosas.
A título personal, creo que una característica común en mis amigos es precisamente ese entusiasmo. Todos andan metidos en mil proyectos, van, vienen, enredan, atraen sobre sí los acontecimientos. Puede que yo egoístamente los haya elegido así porque me gusta esa compañía, pero ellos también me han elegido. Si san Agustín decía aquello de “el que canta reza dos veces” yo añado que el que se entusiasma vive dos veces. Ninguno se ha planteado erigir una basílica de momento, pero ni falta que hace. El entusiasmo tiene que ver también con emocionarse por una próxima cena, organizar unas vacaciones, enamorarse o apuntarse a un curso de teatro. No dejar la vida languidecer, sino auparse sobre sus hombros.
Si se reflexiona con frialdad sobre el absurdo de la vida –yo cada vez lo hago con más frecuencia– la única conclusión posible es decir “ya que estoy aquí, por lo menos voy a aprovecharlo”. Así se disfruta mucho más y se hace disfrutar a los que te rodean. Y es que además es cierto.
La gente entusiasta tiene una relación sanísima con el tiempo. El futuro es siempre ilusionante, el presente –tan esquivo en nuestro estado mental contemporáneo– se vive de verdad y el pasado no es un lugar al que retornar con nostalgia y los caminos agotados, qué va. Yo diría que los entusiastas miran atrás como desde lo alto de una colina, con media sonrisa, deteniéndose un segundo y no más a contemplar lo que ya hicieron e inmediatamente poniendo los ojos en sus pies y el horizonte. Y un sol enorme los ilumina siempre.
Además, guardan un secreto: como todo les parece bien, lo convierten en realidad. Mi prima María, una gran entusiasta, siempre comenta la inmensa suerte que ha tenido en su vida laboral, porque todos sus jefes y compañeros han sido excepcionales. Evidentemente, esto no es cierto. Lo que pasa es que María contagia su predisposición en la oficina y genera a su alrededor un mundo vitalista y feliz. Lo que ella es, vaya.
Yo seguiré arrimándome a esta gente todo lo que pueda. Con mis vaivenes, procuraré devolverles lo mismo. Buscar el lado bueno de la vida no garantiza que tu vida vaya a ser buena, pero sí asegura que va a ser mejor. Qué gran forma de ser. Me entusiasmo solo de pensarlo.
FLECHITA PARA ARRIBA
El finde pasado estuve en la provincia de Cádiz. Flechita para arriba a las ruinas de Baelo Claudia y España en general, un país en el que te puedes poner fino en un chiringuito con un teatro romano detrás, una playa espectacular delante y las dunas de Bolonia a tu costado.
FLECHITA PARA ABAJO
Me entero hace unos días por la prensa del fallecimiento del escritor Domingo Villar. Tuve la suerte de conocerlo y me pareció un tipo maravilloso. El cariño unánime con el que lo han despedido sus compañeros de profesión me ha conmovido mucho.
Ciertísimo lo de María.