Si un hombre es una flecha
Solo se descubre un sabor a los días cuando se escapa a la obligación de poseer un destino – Emil Cioran
Como soy optimista y ambicioso mis problemas con el tiempo siempre son con el futuro, nunca con el pasado. No siento apenas el peso de la nostalgia. No pienso en lo sucedido como un paraíso perdido. No me recreo demasiado en mis errores; intento aprender de ellos y luego los olvido. Me parezco bastante a un perro: no sé echar de menos pero me alegro enormemente cuando reconozco un olor familiar del pasado.
En mi caso es el futuro, la promesa de que podría estar haciendo algo más –sin saber muy bien en qué consiste ese algo– lo que me distrae del presente, lo que me impide disfrutar del momento exacto. Estar presente vendría a ser, en resumen, una forma de conformismo. Siempre hay un siguiente paso. Nunca basta el actual. Soy un hombre-flecha: necesito estar apuntando a algo. Y como el arco vivo tenso, obligado a poseer un destino.
Esto es una lástima, claro, porque de alguna forma es garantía de infelicidad. En ocasiones fantaseo con llevar la vida de dolce far niente, jet setter, pónganle el nombre que quieran, que algunas de las personas que conozco llevan. Se me pasa enseguida porque sé que me ahogaría, como el tiburón cuando deja de nadar. Una persona no es lo que es, es lo que hace. Y si no haces nada no eres nada. Si mi naturaleza me empuja a ser en cierta manera insaciable al menos me aleja de la vacuidad, que es el mal de quien no apunta a ningún lado.
Yo no voy a dejar de ser quien soy porque pretenderlo es equivocarse, pero sí que aspiro a conocerme muy bien para entender lo que me conviene. Acabaré meditando, supongo, porque ya me gusta el yoga. Dedico muchas energías al hecho de estar presente, a amar los procesos, los hechos, incluso los reveses. Subirse a un escenario es una de las maneras más extremas que conozco de estar presente, y por eso me ha atraído tanto. La atención de un público y la expresión artística te obligan a anclarte en ese momento, a estar terriblemente vivo, pero incluso en esas circunstancias (quienes de aquí sean músicos o actores me entenderán) es inevitable deslizarse hacia otros mundos, anticipar la canción que está por venir o directamente pensar en la lista de la compra. En mi caso, a seguir apuntando hacia algún lado. Me hago la pregunta, ¿cuál ha sido el único momento en el que he dejado de ser una flecha por completo?
La respuesta, con total honestidad, es el amor. Las únicas veces que he sentido que todo era suficiente, que el momento se bastaba por sí solo, es cuando he amado y me han amado. En esos precisos instantes la flecha está clavada en la diana. El arquero no apunta a ningún lado. Puede bajar los brazos y, por un segundo, estar, ser. Sin más.
FLECHITA PARA ARRIBA
Vista Deprisa, deprisa tras la muerte de Saura y, aunque es buena, no ha habido un cine en España tan salvaje y evocador como el mundo quinqui de Eloy de la Iglesia. Con un final muy triste, eso sí.
FLECHITA PARA ABAJO
Esta es una queja muy de señor mayor, pero me carga y sorprende a partes iguales el despropósito de El País con los topónimos/gentilicios. En un artículo reciente sobre las localidades más caras de España anuncian lo siguiente: que Santa Eulària des Riu (en catalán), que pertenece a Ibiza (en castellano), ha superado a San Sebastián (en castellano), que pertenece a Gipuzkoa (en euskera). ¿Cuál es el criterio? Por no hablar de los pobres ucranianos, que bastante han perdido en la guerra como para que encima les roben una sílaba (El País decidió hace un año que pasaban a llamarse “ucranios”).