Mi abuela Pilar conserva un juego de tazas que recibió como regalo de boda allá por el año 56, cuando se casó con mi abuelo Antonio. Son delicadas, pequeñas, coloridas. Tienen platitos a juego. Cuando vamos a su casa se sirve el café en ellas. Las tazas que faltan también están presentes: a lo largo de tantos años han ido rompiéndose, los hijos, los nietos, los invitados. Son un testimonio doble del paso del tiempo.
Yo las cojo con un respeto horrible, temeroso de que un sorbo muy caliente signifique dejar huella en la historia de estas tazas. Sé que a mi abuela le daría igual. Si la ruptura fuese leve, la repararía. Si no, habrían cumplido de sobra su función. Es su finitud –la imposibilidad de reproducirlas si desaparecen– la que hace temblar mi mano. No estoy acostumbrado a que las cosas signifiquen tanto, solo sea por el paso del tiempo.
Con la generación de mi abuela acabará la última hornada de seres humanos cuya existencia estaba anclada por los objetos. La de nuestros padres es transitoria. Empezó como la anterior y acabará como la siguiente, en la era inmaterial de la información y la economía compartida. Este milagro de las tazas (camino van de cumplir setenta años) me emparenta a mí con antepasados, amigos y desconocidos que pasaron por ahí y en ellas posaron sus labios. También son una especie de objeto fundacional: vinieron a nosotros con motivo de una boda, origen de mi madre y sus hermanos y después de mis hermanas y yo. Las tazas hablan.
Ese apego por las pocas cosas contrasta en gran medida con nuestro difuso desapego. El ejercicio de perseverancia con las tazas las dota de un valor superior al económico, que es el que regiría en casi cualquier otra consideración. ¿Cómo cuantificar, cómo medir cualquiera de ellas? Son mucho más que el precio de las tazas que las habrían sustituido. Hay un amoroso esfuerzo de conservación que, en nuestra sociedad de consumo, las confiere tintes divinos. Por eso tiemblo ligeramente cuando las cojo. Se han convertido en objetos sagrados.
Creo que estas tazas tienen mucho en común con las fotografías que cuelgan en casa de mi abuela, enmarcadas, totémicas, de sus hijos, de sus nietos, pero también de antepasados suyos, gente en ese blanco y negro casi estático, con la cara seria porque de moverse, pum, serían un rostro borroso. Si, pongamos, una de esas fotos se extravía, desaparecería para siempre. No están digitalizadas. Son objetos materiales. Recuerdos anclados a un objeto. De nuevo eso las hace más valiosas. Yo, que conservo mil imágenes de mi familia, mis amigos, mis viajes o mis amores soy incapaz de traer ninguna a la memoria, fijarlas en la mente como las fotos de mi abuela están fijadas. Diría incluso que mis recuerdos más valiosos escapan a la óptica. Nunca han sido inmortalizados. Perdieron esa posibilidad cuando se hizo tan extremadamente fácil capturarlos.
Puede que escribir sean mis tazas. Mi intento por, de alguna forma, anclar el paso de tiempo y devolverme un reflejo de mí mismo. Es una conversación silenciosa, necesaria, porque no la puedo evitar. Sé que mi generación no tendrá más tazas. No vivimos entre objetos. No están hechos para perdurar. Espero que el impulso de leer perdure. Y el de ser leído. Solo así damos sentido al tiempo. Solo así hay pruebas de vivir.
FLECHITA PARA ARRIBA
Adidas me ha lavado tanto el cerebro que a día de hoy podría calzarme exclusivamente con diferentes modelos de Samba. Las últimas, esta edición limitada con Sporty & Rich.
FLECHITA PARA ABAJO

Hace unos días me llegó la noticia del fallecimiento de Christine McVie, un quinto del Fleetwood Mac definitivo. Escucho durante toda la semana Rumours (1977) como homenaje. Su historia es de sobra conocida pero no por ello menos excepcional. Durante la grabación del disco, Christine se estaba divorciando de John McVie, bajista del grupo. A su vez, los también miembros Stevie Nicks y Lindsey Buckingham rompían su noviazgo. Para colmo, Mick Fleetwood (el único de la banda que había buscado el amor fuera de ella) acababa de separarse de su mujer. El resultado es uno de los mejores discos de la historia y un cruce de acusaciones entre exes tan brutal como emocionante. Qué heavy, tú.
Que bonito eso de que “escribir sean tus tazas”♥️
Yo soy de una generación que todavía tiene algún apego similar por lo material, pero solo en la época de la niñez. Tengo unas agujas de tejer que tenia mi abuela para mi. Son azules y de plástico y servían para que la acompañara en ese momento, en el que quería hacer lo mismo que ella, pero sin sacarme un ojo. Cuando las miro, me anclo a esos momentos del pasado tan bonitos.
Se esta acabando una generación unica e inigualable.
Queda en nosotros continuar un legado que tanto sudor ha costado a los de arriba.