La voz femenina
Mi querido público, mis queridos lectores, ¿quiénes sois? Hoy voy a hablar de vosotros. O de vosotras. Sin necesidad de usar las herramientas estadísticas es fácil comprobar que esta es una comunidad mayoritariamente femenina, misma definición que se podría dar de la cultura en general, salvo sonadas excepciones. ¿Por qué entonces leéis a un hombre heterosexual? ¿No habéis tenido suficiente con cinco mil años de historia?
El tema de la identidad en la cultura me espanta. Y su consecuencia es este reduccionismo absurdo. Se habla muchas veces de la mirada femenina, la voz femenina, como si lo femenino fuera uno. Como si la lectora fuera uno. Antiguamente a los hombres se los agrupaba por su desempeño (asociaciones de médicos, de abogados, de escritores…) y a las mujeres por el hecho de ser mujer. La mujer era un género, pero un género literario, o cinematográfico, y por tanto había libros de aventuras, o de terror, o de mujeres, como ahora hay literatura infantil, porque por aquel entonces la mujer estaba forzosamente en minoría de edad.
La mujer vivía restringida en el estrecho cerco de lo femenino. Por eso lo de la habitación propia de Virginia Woolf es tan brillante, por eso tiene tantas capas, porque antes las mujeres iban en ramillete, en conjunto, y en esa habitación propia, además de tantas otras cosas, podrían ser individuos, su porción única de la humanidad, no una persona disuelta en el concepto de mujer.
Pienso que hay tantas voces femeninas como mujeres hay en el mundo. A nadie se le ocurriría hablar de voz masculina, mirada masculina. Además, todo suele ir acompañado de los clichés más obvios del género. Relacionar la mirada femenina con la sensibilidad me parece lo mismo que relacionar la mirada española con los toros. Una generalización ramplona y de otro siglo. Para quien no quiere profundizar más.
Es innegable que existen experiencias exclusivas de lo femenino (en sentido positivo, la maternidad; en sentido negativo, el sexismo) y que están mucho más presentes en la cultura que antes, básicamente porque el hombre no les prestaba tanta atención por el hecho de no vivirlas. Pero no están contadas por la voz femenina. Están contadas, casi siempre, por mujeres, cada una con su voz. Su incorporación al ámbito de la cultura duplica su riqueza. Al mismo tiempo, cada una de esas mujeres es mucho más que su feminidad.
Con todo esto de la identidad siempre recuerdo uno de mis libros favoritos del siglo pasado, Memorias de Adriano, escrito por la francófona Marguerite Yourcenar. ¿Qué coño tiene que ver un emperador romano gay con una escritora belga que vivió mil ochocientos años después? ¿Y por qué Marguerite es capaz de transmitirme de manera tan fiel y conmovedora las atribulaciones de ese hombre al que jamás conoció, sin ser ella ni emperadora ni romana ni gay? Pues porque la experiencia humana es universal. Y la voz humana que la cuenta es siempre única, de lo contrario es prestada.
Entonces, ¿por qué me leéis a mí, hombre autor? Evidentemente no escribo tan bien como Marguerite Yourcenar, ni tengo la capacidad intelectual de Virginia Woolf. Yo estoy más cercano a vuestra época que ellas, eso es cierto, pero no debería bastar. La respuesta que se me ocurre es obvia y ya venía al principio del texto. Me leéis porque leen más las mujeres que los hombres. Y porque entendéis que yo tengo algo que ofrecer más allá de mi masculinidad.
Dicho esto, si escribes y tu público es fundamentalmente masculino, ten cuidado. No estás produciendo literatura seria, ni narrativa cipotuda. Con los datos en la mano, estás haciendo literatura de género.
FLECHITA PARA ARRIBA
Para Georgina, que de nuevo vuelve a amenizar mis noches gracias a su maravilloso reality.

Para Nathy Peluso en el reality de Georgina, que con su fabulosa cultura musical me (nos) ha descubierto este disco increíble de Mort Garson, Mother Earth’s Plantasia.

FLECHITA PARA ABAJO
El domingo que viene no habrá Sonajero, así que hasta la semana siguiente. Sed buenos.