Si naces en Madrid y te gusta el fútbol hay cosas que acabas encontrando naturales. El Bernabéu. Las Champions. Florentino. Bellingham de tapas por La Latina. Son situaciones extraordinarias que, a base de tenerlas cerca, se convierten en el día a día, tanto que las tratas con familiaridad, como otro elemento del paisaje. Es un poco engañoso. Luego te topas –como me pasa a mí en el campo– con un tipo que ha hipotecado su mes para ver a esos jugadores en vivo y entiendes que las cimas y los valles de la vida son simplemente cuestión de expectativas.
Uso el fútbol como metáfora (su gran poder, por eso es mucho más que veintidós tíos en pantalón corto corriendo detrás de un balón) para hablar de otra institución madrileña que corre el riesgo de darse por hecha: la grandiosa T4. Cuántos madrileños la pisan al día, en tránsito hacia alguna parte, sin pararse a pensar en ella. Solo es una vía, un escape, igual que un ascensor. Es fácil dejarse atrapar por la costumbre y que su techo de alfombra mágica resulte tan obvio como el gotelé de un piso de estudiantes: de tanto vivirlo se te olvida que está ahí, y casi parece liso, o al menos lo es en tu cabeza.
Pero en esto me resisto a la fuerza de lo cotidiano. La T4 acaba de cumplir 18 años, y ya puedo gritar, sin miedo a que me detengan, que estoy enamorado de ella. No es un aeropuerto. Es una catedral. La catedral de Barajas. El mejor edificio de España.
No voy a entrar en debates arquitectónicos o funcionales que seguramente me den la razón, sino que hablaré como hablamos los cantantes: desde el corazón. El arte se juzga por las emociones que provoca. Yo no tengo ni zorra de cómo distribuir los flujos de pasajeros ni sabía quién era el arquitecto Richard Rogers hasta que me puse a escribir esto. Eso da igual. Lo importante es que la T4 me parece un edificio verdaderamente emocionante. Intento explicar por qué:
Lo es cuando salgo desde él. Viajar es la manera segura que tenemos de vivir aventuras. Cuando llego con mi maleta a la T4 realmente ya estoy viajando. Me recibe una preciosa nave de bóvedas onduladas, en la que rebotan sonidos en lenguas que no conozco.
La luz lo invade todo. Por los enormes ventanales a ambos lados, por las hendiduras circulares del techo. Muchos aeropuertos son básicamente tuberías de pasajeros. Esto es otra cosa. Le da a viajar un aire grandilocuente, singular, algo como de otra época.
Si miro a través de los ventanales puedo ver todas esas máquinas rarísimas que solo existen alrededor de una pista de aterrizaje. Las mangueras de repostaje. Las escaleras. Los vehículos que, por sus extrañas proporciones, parecen coches mal pintados por un niño.
Si giro la vista hacia el otro lado veo algo todavía más interesante: los viajeros. Subido a la cinta transportadora, me cruzo como a velocidad de flashback con tantas caras, tantas vidas tan diferentes que por un momento me olvido de mi puerta de embarque. Al ser tan amplia, y tan largo el camino, la terminal me conecta en el tránsito con el placer más hipnótico que conozco: observar a la gente. Soy escritor única y exclusivamente por eso. La fascinación que me produce la gente.
Si tanto viaje en cinta me abre el apetito estoy de suerte porque en la T4 se come muy bien. Por supuesto te clavan, faltaría más, pero –me pongo folclórica– puestos a ser clavados prefiero ese bocata de jamón de Enrique Tomás que cualquier modernidad bañada en glutamato que te cascan en otros sitios.
Tiene dos muy buenos ejemplares de los lugares donde más me he gastado el dinero absurdamente: farmacia y duty free. En la farmacia Botiquín-Pharmacy (enfrente de la puerta J55) he sido presa de ataques de hipocondría que harían temblar a Woody Allen. Y en el duty free… A ver. ¿En qué otro sitio del mundo voy a comprar un Toblerone?
No acaba aquí mi consumismo porque las tiendas de ropa también están de puta madre. Sé que más pronto que tarde acabaré cediendo a la presión de mi niño interno y me haré con la camiseta más bonita del mundo: la de Mbappé, en la tienda oficial del Real Madrid que hay en la planta 1.
Esto ha sido todo en las salidas. ¿Pero y en las llegadas? En la T4 experimento las dos sensaciones que más me gustan de viajar: iniciar una aventura y regresar a casa. Cuando el finger me devuelve a su gran nave central, siento de verdad que ya he llegado. Y no solo eso. Si es un vuelo internacional me invade una especie de chovinismo. Pienso en los extranjeros que pisan por primera vez España y me alegro de que la T4 sea donde posan los pies. El nacionalismo es absurdo porque (Séneca dixit) “nadie ama a su patria porque sea grande, sino porque es suya”, pero me encanta que me digan que Madrid es la pera y yo deseo que España se parezca a la T4: aireada, luminosa y con gente de todas partes. Voy a recoger el equipaje.
FLECHITA PARA ARRIBA
Llevo toda la semana escuchando los primeros discos de Michael Jackson en solitario, cuando era niño. Tiene a los mejores músicos de Motown detrás, y él canta de una forma tan prístina, tan cristalina… Lo que siento al escucharlo, en inglés, es joy. Pure joy.
FLECHITA PARA ABAJO
Esto me hace recordar la conferencia más incómoda a la que he asistido en mi vida. Fue hace seis o siete años, y se llamaba In the studio with MJ. La impartía el que había sido uno de sus ingenieros de sonido de confianza, y yo pensaba que íbamos a estar horas hablando de cómo habían grabado las guitarras de Thriller o las tomas de voz que hacía Michael. En vista de eso había arrastrado conmigo a mi colega Dani Núñez. Pero no.
De entrada nos encontramos rodeados de peña con guantes y calcetines blancos haciendo cosplay, dando grititos y poniéndose de puntillas mientras se agarraban el paquete. ¡He-he! Luego el ingeniero centró casi toda su conferencia en el sistema de sonido que le había montado a Michael Jackson en su rancho de Neverland, que por lo visto era un auténtica genialidad. La gente aplaudía a rabiar cada vez que contaba una anécdota o proyectaba una foto inédita de MJ. En algunas de esas fotos salía con niños montados en las atracciones del rancho. La gente seguía aplaudiendo. Se la sudaba. Dani Núñez y yo nos mirábamos con incredulidad mientras una de las chicas de la organización nos vigilaba con gesto serio, tentada de expulsarnos de la secta.
No sabes la cantidad de veces que me he preguntado si alguien más se sentirá como yo cuando pisa la T4🥹 este artículo literalmente ha venido a mí. Da igual que viaje por trabajo o por placer, definitivamente mi edificio favorito de Madrid ❤️
Me ha encantado leer tus líneas de nuestra T4, nunca había leído nada que la hiciera justicia. Es cierto q no todos los aeropuertos son como éste, un saludo