–¡Qué alegría verte! –le dije al semidesconocido por la calle.
–Lo mismo, qué bien, tío –me respondió. No se acordaba de mi nombre.
Muchos de nosotros, enfrentados a la pregunta de “cuál es la cualidad que más detestas en una persona” responderíamos la hipocresía. Dicho de aquel que predica una cosa y hace la contraria, que engaña doblemente, a sí mismo y a los demás. Que no actúa en consecuencia de lo que piensa o siente. Jesús los llamaba, refiriéndose a los fariseos, los que limpiaban la copa por fuera y no por dentro.
Por desgracia para el público (y una suerte que luego explicaré) vivimos en un mundo hipócrita, y somos los primeros en participar de esa hipocresía. Todos jugamos a las apariencias, a esconder nuestros auténticos deseos u opiniones, a mentir hasta en la cuestión más inane. Pero a cambio tenemos, que no es poca cosa, la civilización. La civilización es un edificio sustentado en miles de pequeñas mentiras. Y el desarrollo, también.
La medicina para combatir la hipocresía serían la sinceridad y autenticidad. Pero ambas, valores a menudo ensalzados en las discusiones más intensas (“yo digo lo que pienso”, “yo soy como soy, sin trampas”) son dos buenas sogas en el cuello de la convivencia, que al fin y al cabo es lo que permite la sociedad. ¿Os imagináis lo terrible que sería un mundo en el que todo el mundo dice lo que piensa? O peor, ¿un mundo en el que todo el mundo se mostrase tal y como es?
Respecto a lo primero, recuerdo a una chica que presumía mucho de ello y que, tras una temporada sin ver a los amigos en común, nos dedicaba a cada uno una verdad, casi siempre física: “qué gorda te has puesto”, “te han salido canas, pareces mi abuelo”, “vaya horror de camiseta”. Sobra decir que tuvo que acabar llevándose la sinceridad a otra parte. Nadie la aguantaba.
Salvo ella, ninguno nos decíamos directamente lo que pensábamos los unos de los otros, por lo menos no las cosas malas: callarlas era una forma de tolerarlas, de ser un poco hipócritas, una hipocresía educada, bondadosa. Desenmascarar la “verdad”, que suele ser una gana que solo le entra al amargado, es querer ver siempre la cara sucia de la moneda. No la pequeña, que es la humana. La sucia. Y ponerla encima de la mesa.
Traigo su ejemplo como podría traer el mío. La cantidad de burradas que diría al día si de verdad dijese lo que pienso. Sería una mezcla de albañil de los 70, snob intelectual nivel Karl Lagerfeld y twitstar con bolsa de Doritos. Muchas veces hago el mundo mejor simplemente callándome la boca.
La autenticidad, el otro gran valor, es terrible, porque muchas de nuestras pasiones humanas son terribles. Arcadi Espada escribía en este artículo a raíz de las últimas elecciones americanas que no había que buscar tantas razones nobles para la elección de un presidente innoble. Que muchos de los votantes de Trump eran, efectivamente, racistas, sexistas, homófobos, tránsfobos etc. Y que precisamente lo votaban por su autenticidad: ¡es uno de los nuestros!
Pero no es que se hubieran multiplicado en los últimos años. Muchos de los que votaron por Obama en su momento eran igual de racistas, sexistas, homófobos y tránsfobos en el día a día. La diferencia es que Obama no apelaba a los instintos más infames, más auténticos, de la población: se apoyaba en esa construcción un poco hipócrita, un poco artificial, de alejarse de su verdadero yo para ser mejor persona, o al menos más empático con los demás. De silenciar esa autenticidad.
La cantidad de veces que digo me alegro de verte, y no es verdad, y la cantidad de veces que me lo dicen a mí, y tampoco es cierto, y lo mucho más llevadero que resulta el mundo gracias a esa educada hipocresía.
FLECHITA PARA ARRIBA
Siguiente parada en el camino de las presentaciones: 29 de mayo en Moito Conto, Coruña. En casa y muy bien acompañado.
El nuevo disco de Guitarricadelafuente es muy, muy fino. Creo que ha conseguido lo que se propuso en el anterior, esta vez con medalla de oro.
FLECHITA PARA ABAJO
Como dice mi novia, ¿hoy también hay fútbol? Acabada la liga, en años normales solo faltaría la final de Champions, pero no… Se han inventado la doble parida de Nations League y Mundial de Clubes. Es decir, la saturación infinita. Ya no hay quien aguante tanto fútbol, empezando por los propios jugadores, entre lesionados y hartos.
No lo llamaría hipocresía, sino más bien cortesía. Se agradece siempre la cortesía.
La sinceridad está sobrevalorada. Me pongo a cubierto cuando alguien empieza la frase con: “si te soy sincero…”
Yo solo se la pido a las personas que me importan y en cuestiones que la merecen.