Xoel López nos contaba que en su adolescencia en Coruña la cultura mod se transmitía casi como la de los primeros cristianos: con cierto misticismo (por la escasez de acólitos y referentes) y en lugares velados, sin publicitar. Las habitaciones con posters de The Who o The Jam eran las catacumbas en las que difundía esa buena nueva británica, su música espídica y sus códigos de vestimenta. Él ejerció de maestro de la logia para unos pocos chavales; entre ellos se encontraba algún miembro de lo que luego fue The Right Ons.
Entre 2010 y 2012, sin embargo, yo tenía la sensación de que los únicos dos mods que existíamos en Coruña éramos Martín y yo, y Martín no tanto porque durante uno de esos veranos decidió ser punk y se compró una muñequera a cuadros. Nos habíamos visto Quadrophenia cuatrocientas veces y nos resultaba muy lógico y genial aquello de darse de hostias entre mods y rockers por cuestiones estéticas. Luego en las peleas reales que había en el botellón de los Jardines de Méndez Núñez ninguno intervenía. Yo era un cagueta y lo sigo siendo y a día de hoy no he zurrado a nadie. Martín apareció una tarde triunfante anunciando que le había pegado a un pavo un “puñetazo en la sien” y no sé qué me impresionó más, si la precisión de su puñetazo o de su vocabulario. “Es muy fácil quedarse con las tías mirando”, me respondió malhumorado. Pues claro que lo era.
En esos años comencé a ir de peregrinaje a Londres y mi adoración pronto derivó en decepción. Había Caffe Nero, Pret a Manger y jequesas en burka con bolsas de Fenwick, pero ni rastro del paraíso mod que yo esperaba encontrar. Incluso en Carnaby Street, kilómetro cero de mis pasiones, apenas sobrevivía The Face, una minúscula tienda de ropa mod que a cada sucesiva visita se había trasladado a un local más pequeño, hasta finalmente desaparecer. A esto pronto se sumó la experiencia de amigos míos que fueron a trabajar a la ciudad, de lavaplatos a banqueros, y que en la mayoría de los casos regresaban quemados de una ciudad tan fría. Directamente dejé de ir.
Hace unos días volví a Londres por motivos profesionales tras muchos años. No voy a decir que me reconcilié, pero sí que observé la ciudad desde otro sitio. Mi experiencia adolescente se asemejaba a la de un británico que lee cuatro poemas de Lorca y se decepciona porque en España la gente no dice olé ni se acuchilla por las esquinas. El desarrollo económico y blablablá uniformiza nuestras ciudades, quitándoles sabor, pero en muchos casos las convierte en más habitables. Pasee de nuevo por Carnaby Street, a modo de homenaje. En el mejor local de todos me topé con una tienda gigante de los Rolling Stones. Todo el sentido. Hace tiempo que dejaron de ser una banda de rock para convertirse en una multinacional.
FLECHITA PARA ARRIBA

He leído fascinado Antes que anochezca, las memorias del cubano Reinaldo Arenas. En ellas relata su vida y la triple persecución que le tocó padecer, por escritor, disidente y homosexual. Me impresiona mucho la obsesión por el sexo que encuentro en parte de la literatura cubana (en ese sentido Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, es la cumbre) y que también he sentido en mis visitas a la isla. Inicialmente pensaba que tenía que ver con el carácter caribeño, pero se me ocurre otra explicación: en un lugar que desde hace más de sesenta años es una cárcel flotante el sexo es la única forma posible de escapismo.
FLECHITA PARA ABAJO
Ha muerto Francisco Ibáñez, la persona que más feliz me hizo de los 6 a los 12 años.
Tienes que volver y descubrir el este de Londres. Allí encontrarás tu Londres. ;-)