Froilán vs. la moral

Se dice que en España no nos ponemos nunca de acuerdo para nada y eso no es cierto. Nos ponemos de acuerdo muchas veces, la última de ellas para darle una lección conjunta cargada de moral a Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, Froilán, por su disoluta vida nocturna. Los artículos nos empezaron a llegar a principios de semana, escandalizados y escandalizantes. Froilán fue desalojado a altas horas de la madrugada de un local que doblaba el aforo permitido y en el que se encontraron sustancias estupefacientes. Oh, vaya. Bajo el paraguas de esa descripción caben en Madrid hasta las estaciones de autobuses.
Desde el lado antimonárquico, entiendo el ataque por el rechazo que provoca Froilán per se. El hombre forma parte de la familia cuyo reinado se pretende abolir. Pero me sorprendió el tonito jocoso con el que condenaban su afición a la noche. ¿De qué están en contra exactamente? ¿Del alcohol? ¿Del tabaco? ¿De la fiesta? ¿De las drogas? ¿Y por qué se preocupan tanto de la dignidad de una institución cuya mera existencia repudian? Las salidas de Froilán no las pagamos todos (no recibe asignación del Estado) y todo aquel que haya salido un poco por la noche sabe que sus farras las esponsorizan las propias discotecas, deseosas de contar con un incipiente mito de la noche en el reservado.
Desde el lado de la tradición… En fin. ¿Acaso nadie ha leído la Biblia? ¿No saben que Dios prefiere siempre al hijo pródigo, al pecador arrepentido? Froilán es honesto y cumple con la máxima montaignesca del aguijón: “preferiría exhibir mis pasiones a incubarlas a mis expensas. Al airearse y expresarse, se apagan; es mejor que su punta actúe hacia fuera que doblarla contra nosotros mismos.”
El tiro que se pegó en el pie de niño es la metáfora perfecta. Froilán es pecador, un humano que yerra y se hiere a sí mismo al errar. Su opuesto es el moralista, que se cree embajador de la razón divina y dispara a los demás, nunca equivocándose.
Tal ha sido la exageración con él que a Froilán ya se le atribuyen hasta los pecados ajenos. Se encuentra en una fiesta en la que hay cocaína y el periodismo hace su magia negra y mediante insinuaciones le introduce medio gramo en el abrigo, como hacían los polis corruptos cada vez que querían justificar un fiambre. Otra: pelea a navajazos en la discoteca Vandido, en la que se hallaba nuestro protagonista. A cambio de unos clicks lo tenemos convertido en Iñigo Montoya, blandiendo su sable desde el reservado y exigiendo a sus rivales que se preparen a morir. La lista es infinita, y cada hecho tiene un grado diferente de cuento y verdad.
Todas estas cuestiones me las planteo mientras sorteo las consecuencias de una pequeña resaca. Miro la cafetera, esperando a que el vapor empiece a pitar por la punta. Meneo la cuchara haciéndome más preguntas. ¿De verdad la vida de Froilán es tan escandalosa? ¿Qué tipo de ejemplaridad absurda le exigimos a la gente? La realidad es que Pipe es un chaval de veintipocos años bastante vago al que le flipa salir de fiesta. ¿Mi condena? La de siempre. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
FLECHITA PARA ARRIBA
Cualquier excusa es buena para mencionar lo increíble que es el museo del Prado, y en este caso los parecidos de Froilán con Fernando VII y de Juan Carlos con Carlos IV son un motivo más para visitarlo. Qué obstinados son los genes y qué talentoso era Goya.
FLECHITA PARA ABAJO
Hay una ley de vida un poco cruel, que es que los reconocimientos siempre llegan demasiado tarde. El último caso, de una manera casi poética, la muerte de Carlos Saura el día antes de recibir el Goya de Honor.