Escribe de lo que amas

Hace unos días iba dando un paseo con otro amigo escritor cuando salió a colación un columnista. Es uno de esos tipos que se consideran a sí mismos provocadores y reparten estopa por sistema en cada texto que publican. De los que pone a la gente en su sitio. En persona actúa igual: en nuestra única conversación, él y un colega suyo habían interrumpido a mi novia de entonces, que hablaba de música, corrigiéndola en mítico minidetalle cultural de enteradillo. ¿Y quién llevaba razón, queridos lectores? Evidentemente ella. En fin. Vaya tío amargao, dije yo, volviendo al presente. Algo similar completó mi amigo. Luego seguimos hablando de series que nos gustaban mientras atardecía en Madrid.
En casa repasé sus artículos y casi todo era crítica o ironía, bien escritas ambas eso sí. La ironía te afila el lápiz, o la lengua, pero su abuso –lo siento– te vuelve indeseable. La gente muy irónica es opaca y bastante cobarde. Un poco está bien, como una copa de vino. El exceso es desolador. Realmente, este hombre apenas hablaba de las cosas que le gustaban: estaba ocupadísimo señalando las que no eran de su agrado. ¿Qué ama un tipo como él, aparte de a sí mismo? Probablemente ni eso.
Amar y por tanto escribir de lo que amas es perder el miedo al ridículo. La gente que ama mucho es gente muy honesta, que no teme la posición de vulnerabilidad en la que te deja amar, ya sea por el sufrimiento que acarrea o la posibilidad del rechazo. La ironía y la crítica te ponen por encima: no porque tú te eleves, sino porque hundes al señalar. Al final solo acabas empatando a cero. Lo otro, por contrario…
Tampoco creo en un mundo de yupi en el que todo resulta feliz y bueno. Eso es falso. El espíritu crítico es vital y parte de lo que los occidentales entendemos como humanismo. Está enraizado en nuestra forma de vivir. Pero si partiendo de él acabas en la misantropía eso es que odias la vida. Odiar a la gente es odiar a la vida. También es odiarte a ti mismo, que eres gente. Vaya tristeza. Igual que los radicales siempre te obligan a elegir entre Podemos y Vox, yo entre Mr. Wonderful y la misantropía elijo Mr. Wonderful sin pestañear.
Además, las bondades de escribir sobre lo que amo las noto así, escribiendo sobre lo que amo. Es una excitación alegre, entusiasta; se parece un poco a estar enamorado. Igual que Sidonie cuando cantaban “es que me salen rosas de la boca/cuando me preguntan por ti”. Hay, sin duda, una elevación de espíritu. Si el medio fuera la conversación me saldría el brillo de ojos del que tanto han escrito los novelistas y que es completamente real. Esto del amor es un virus: se contagia y atrae lo que proyecta.
Sin embargo el veneno, al llevarse dentro, infecta más al que lo contiene que a los que lo reciben. Ser tan ácido te acaba corroyendo. Y en las torres de marfil se está muy solo aunque se tenga mucha razón. Allá cada uno. Al final, escribir sobre lo que amas acaba convirtiéndose en amar verdaderamente lo que escribes.
FLECHITA PARA ARRIBA
Mi top 1 de placeres culpables recientes ha sido empezar a hacerme la manicura en las chinas de mi barrio. Qué puta gozada. Otro ejemplo de placer teóricamente femenino del que pienso apropiarme. Además, me recuerda a una canción maravillosa de Lorde, Stoned at the Nail Salon.
Este finde he visto a Lorde y a otros muchos más en el Primavera Sound. El mejor de todos Burna Boy, un cantante nigeriano del que no me sabía ni un tema y me voló la cabeza. Lo bueno de estos macrofestivales es poder descubrir artistas nuevos que en ninguna otra circunstancia te encontrarías.
FLECHITA PARA ABAJO
Lo malo de estos macrofestivales son las colas, caminatas y, sobre todo, las decepciones. Sin duda los más decepcionantes fueron The Strokes, con Julian Casablancas de monologuista borracho sin ninguna gracia.