Dice un viejo proverbio latino: in vino veritas, in aqua sanitas. En el vino está la verdad, en el agua la salud. Muchas veces, además, las verdades del vino llevan a la locura.
De la misma manera que esquivo las situaciones tentadoras sin dificultad, soy incapaz de evitar la tentación cuando la tengo delante. Puedo quedarme en casa sin problema, ayunar, meditar alrededor de una infusión y un estómago vacío. Pero si salgo a cenar me como el restaurante.
Ponerse continuamente frente a la tentación es condenarse a caer en ella en algún punto. Dice el Antiguo Testamento “¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies?” (Proverbios 6:28).
Por suerte mi cuerpo tiende a los contrarios, porque es un cuerpo moderado: ante el exceso de calma quiere acción; ante el exceso de energía, paz.
Cuando estoy finísimo y atlético me peso todas las semanas. Cuando me he inflado a mazapán, jamás. Como la peli que protagonizaron Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, siempre busco ver “el lado bueno de las cosas”.
Hay en la abstinencia un extraño placer, un triunfo de la voluntad. Para un perfeccionista obsesivo como yo, dejarse llevar es un consuelo muy torpe; la renuncia que implica haberse controlado es mucho más llevadera que la insatisfacción posterior por no haberlo hecho.
Del mismo modo, me repito siempre que el exceso es parte de la moderación. O, como diría mi abuela, “hay que comer un poco de todo”. De lo contrario te vuelves un radical.
Tengo una visión muy muscular de la vida. La fuerza de voluntad es un músculo. Escribir es un músculo. El talento es un músculo. El placer, por supuesto, también. Las inclinaciones y habilidades de cada uno son simplemente el punto de partida. Con esto, ojo, conviene no ser injusto, ni coach motivacional: hay quien nace en otro país, y quien lo hace a medio metro de la meta.
Cuando se disipa esa nube de alcohol, de humo de tabaco, de pesadas digestiones, de reuniones e intensa vida social, solo queda un ser diminuto, desnudo y largo tiempo olvidado: yo.
Durante siglos, la única forma de conseguir líquidos razonablemente potables era fermentándolos, es decir, bebiendo alcohol. Con la llegada del café a Europa, los hombres pasaron de estar las noches borrachos a despiertos. ¿Fue el fin del Antiguo Régimen un enero seco, una tremenda resaca?
Soy lo que hago a menudo. Afirma Aristóteles “somos criaturas de hábitos, animales de costumbres”. Estas dos semanas de 2024 me parezco a una sábana blanca, a un niño que ha hecho los deberes.
El comienzo de algo (un año, una relación, un trabajo) siempre me parece el punto de partida idóneo para no repetir los errores del pasado. No soy un iluso. Soy un optimista.
FLECHITA PARA ARRIBA
Leo estos días con mucho gusto la autobiografía de Savater, “Mira por dónde”. Además de ético y buen escritor, posee el rasgo más importante de todos: me cae bien.
FLECHITA PARA ABAJO
Estas Navidades he pasado unos días en Granada. Tras visitar sus monumentos, me vuelve a la cabeza la pregunta de siempre: ¿cómo es posible, en un país mediterráneo, ser nacionalista? ¿Qué pureza o sentimiento se reivindica? Españoles, italianos, griegos, franceses, turcos, egipcios o tunecinos, además de los nacionalismos que haya dentro de cada nación… ¡Qué mentira! A falta de un ejemplo mejor, nuestro mar es un gran gazpacho: una mezcla de todo lo que ofrecen sus orillas. Cualquier pueblo viejo (romano, luego germánico, luego árabe, luego cristiano medieval, luego renacentista, luego revolucionario…) tiene entre sus calles la refutación de uno de los conceptos más equívocos de nuestro tiempo: la identidad.
Excelente