Vuelvo. Durante el infinito scroll de las vacaciones de verano me topé con un artículo que recordaba la famosa foto de las hijas de Zapatero con los Obama. Del contenido del artículo pasé, porque las volvía a criticar. La imagen, sin embargo, tuvo en mí un efecto inesperado. Me pareció sorprendentemente entrañable.
Las hijas de Zapatero deben tener más o menos mi edad, así que cuando se publicó la foto estaban en plena adolescencia. Y eran góticas. A veces se nos olvida que los compromisos adquiridos a esa edad son los más radicales que contraemos en nuestra vida, así que si una es gótica lo es en su habitación, en el parque, en el colegio, frente a sus padres y frente a los amigos de sus padres, aunque estos sean los Obama. Lo de que su aparición supuso un descrédito para nuestro país es una milonga, porque la foto no tuvo ni la más mínima repercusión fuera de España. Ellas no representaban a nadie; si acaso a la propia adolescencia, esa edad caótica y osada en la que buscas como sea forjar una identidad.
Pues no hubo piedad con ellas. No fue por góticas ni por chungas: a las hijas de Zapatero les hizo bullying media España por ser hijas de Zapatero. A nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza llamar fea, vaca o monstruo a dos niñas desconocidas de 14 años. Con lo complicado que es el cuerpo propio a esa edad. ¿Por qué se sentían autorizados? Porque, en su mente, representaban a su padre, que es a quien se pretendía criticar. Sin importar los daños colaterales.
Otra niña que vive bajo el ojo público es Leonor (y a ella esto no le caduca). La Corona tiene además el problema del fuego cruzado: unos le recriminan existir y otros que no vuelva a invadir Flandes. De las críticas que recibió este verano dos me llamaron especialmente la atención: la ofensa patriótica de que fuese a ver Barbie en vez de acudir a los festejos taurinos que se celebraban en esa fecha (decisión que compartirían el 100% de las chicas de su edad) y que hubiese vuelto más gorda del internado en Reino Unido (exactamente lo que le sucede al 100% de adolescentes que van a un internado en Reino Unido). Pero como es Leonor, se puede. Porque es atacar a la Corona.
Quizás es que empatizo demasiado con los hijos de, pero a mí unas adolescentes que son góticas, o que van a ver Barbie o que han cogido unos kilitos de más me producen eso, empatía. Independientemente de que sus padres presidan el Gobierno o la Jefatura de Estado. Me recuerdan que hasta en los lugares más inaccesibles de nuestra sociedad no hay más que eso: seres humanos. Y que, por suerte, viven y se comportan como tal.
FLECHITA PARA ARRIBA
La segunda temporada de The Bear es de tres estrellas Michelín. Mención especial para la escena en la que Richie, tras encontrar por fin el sentido a su vida, conduce a toda hostia por Chicago escuchando a Taylor Swift. Lagrimones de los gordos.
FLECHITA PARA ABAJO
La política muchas veces tiene el mismo sentido que las pelis de Marvel, y a mí este spin-off repitiendo supervillanos me da una pereza horrible. Volvemos a 2018.
La diferencia en la flechita para abajo es que a uno se le juzga y al otro se le pretende amnistiar…
Muy valiente como siempre .