Siempre que voy a Estados Unidos regreso con más preguntas de las que traía. España la tengo clarísima: por mucho que dentro de nuestras fronteras nos empeñemos en no sé qué diferencia fundamental, no somos más que un país europeo del sur, un poco más ordenado que Italia y también un poco menos bonito. Pero USA se me escapa, me zarandea, me excita y me repugna con sus contradicciones. Especialmente Nueva York, donde he pasado la mayoría de la Semana Santa, una ciudad capaz de rascar el cielo pero no de recoger la basura. Igual que el cuarto de muchos adolescentes.
Se podría decir que Estados Unidos es un país adolescente. No por eso que nos gusta tanto repetir desde Europa de que no tienen historia, que también, sino porque su energía es completamente pubescente. Desbordante, anárquica, potencial. Un adolescente no tiene claras sus fronteras porque puede ser cualquier cosa; de ahí que sea más fácil soñar (dream big) cuando todo lo que te espera es el futuro. En USA el pasado no existe, y el presente, por lo general, es difícil: corren hacia sus sueños porque cuentan con el aliciente envenenado de la desigualdad. Básicamente, o triunfas o tu vida es una mierda. El término medio es un concepto esquivo aquí.
Isa y yo pateamos mucho la ciudad salvaje. Al llegar al hotel por las tardes veía las fotos de mis amigos también de vacaciones. Mi feed de Instagram era una oda a las pequeñas cosas. A los atardeceres, a las cenas, a la playa, a los libros y los amigos. A las gildas. La vida a la que aspiramos es una vida de piparra, anchoa y oliva. Desde un piso muy alto yo pensaba que nuestra gasolina no es el éxito, sino el placer y la seguridad. Y no lo digo como médico, sino como paciente: yo soy exactamente igual.
Pero por la noche las calles de Nueva York parecían decorados con actores, y cabía la posibilidad de que esos perseguidores de sueños acabasen en la calle tirados con las venas estalladas de fentanilo, porque en USA no hay red, no hay familia, no hay sector público, y las cosas que te anclan impidiéndote volar también son las que te sostienen cuando te caes al suelo. Nuestra socialdemocracia culturalmente católica tiene sus ventajas, sobre todo para el débil.
Me acordaba mucho de Lorca y su Poeta en Nueva York. Lo que debió flipar un tipo de Granada hace ya 100 años al plantarse en esa ciudad, y eso que hablamos del más cosmopolita de los poetas españoles. Esa mole de industria, de acero, de edificios y barcos, de mil hombres y mil lenguas, tan humana e inhumana a la vez.
Dejó dicho:
“El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas/ es una pequeña quemadura infinita/ en los ojos inocentes de los otros sistemas” (Panorama ciego de Nueva York)
Y añadió:
“Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina/ quiero mi libertad, mi amor humano” (Poema doble del lago Edem).
Y a la vez, qué excitante todo. En el metro, que cogíamos en Lower East Side y abandonábamos normalmente en Greenwich Village, había mendigos que olían a pis y estudiantes de Columbia, transexuales bellísimas, latinos tatuados hasta las cejas. Asiáticos con un porcentaje de grasa corporal negativo, negros rapeando, pelirrojos liándose porros del tamaño de un habano. Una familia de judíos ortodoxos con sus gigantescos gorros de pelo. Una evangelista que quería salvarme. Todo menos ese calificativo (gente “normal”) que tanto me revienta y que en España es considerado virtud desde que a los Austrias les dio por imponer la etiqueta borgoñona y vestir siempre de aburridísimo negro, sin concesión a ningún tipo de alegría de cara al exterior.
Estados Unidos debía de ser, sin embargo, como esa España del siglo XVI: un lugar jodido de cojones en el que un muerto de hambre en Extremadura podía acabar siendo virrey. Y en esa promesa salvaje, como en todas, hay una excitación que el confort, con todas sus virtudes, nunca podrá darnos. La grandeza. Yo no me cambio por nada. Pero miro todo con los ojos muy abiertos.
FLECHITA PARA ARRIBA
Como decía Céline en Viaje al fin de la noche, “Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza”. Viajando a Nueva York he intentado revisitar los discos de mi panteón personal que mejor encarnaban la idea de la ciudad a través de la música. Por orden cronológico:
The Velvet Underground & Nico – The Velvet Underground & Nico (1967)
Dolor, placer, experimentación, autodestrucción. Droga del disco: heroína.
Some Girls – The Rolling Stones (1978)
Follar, follar, follar, dinero y salir de noche. Droga del disco: cocaína.
Sound of Silver – LCD Soundsystem (2007)
Crisis de identidad, amistad, muerte, búsqueda de trascendencia. Droga del disco: MDMA.
También estuve en Boston visitando a mi hermana pero esta ciudad ya tiene grupo del mismo nombre con canción inapelable.
FLECHITA PARA ABAJO
He tenido tiempo para leer en estas vacaciones y ha habido aciertos y también una gran decepción: La dulce existencia, el nuevo libro de Milena Busquets. A Milena la admiramos por su ligereza, pero creo que aquí se ha pasado y simplemente ha hecho un libro de vaga. Por contenido y extensión. A la gente que puede es a la que hay que exigirle más.
Te acabo de encontrar y ahora tengo que investigarte y descubrir por qué escribes tan rematadamente bien. Feliz domingo.
Santiago siempre el mejor