Todas las conferencias públicas, especialmente si están relacionadas con la tecnología, arrancan de la siguiente forma: una persona se sube al estrado y, con voz solemne, anuncia que estamos viviendo “el momento de mayores cambios” de toda la historia del sector en cuestión. Tras desarrollar el tema añade otros conceptos como disrupción, revolución, reto, y abandona el escenario habiendo impregnado la sala con el intenso aroma de la expectación.
Entre el público habrá gente interesada, gente aburrida y un tío con el ceño fruncido: yo. Este otoño cumplo 30, así que según mis cálculos llevo ya media vida viviendo en plena disrupción, conferenciantes dixit. Un año es el blockchain, al año siguiente los NFTs y ahora la Inteligencia Artificial. Veremos qué viene luego. Sospecho que ni los propios profetas tecnológicos se dan la vuelta para observar sus globos pinchados: están demasiado ocupados con la siguiente profecía.
Por eso cada vez que oigo esas palabras mágicas me revuelvo en el asiento y pienso en Pedro y el lobo. ¡Que viene el futuro! Desconfío de los conferenciantes porque son exactamente lo contrario a lo que predican: lo menos disruptivo que existe. Nunca retan lo establecido. Tampoco a su público. Se limitan a surfear la ola tecnológica del momento, que parece tsunami pero que cuando toca la playa casi siempre es convertida en espuma.
Además, para que haya disrupción tiene que haber no-disrupción. Y eso nunca te lo cuentan. Retomo mi línea cronológica para usarla como ejemplo. Yo nací en 1994. En esos años se estaba iniciando el salto de la telefonía fija al móvil. Se acababan los contestadores, los desencuentros. Ahora todo el mundo pasaba a estar localizable a cualquier hora gracias a un aparato en su bolsillo. Eso sí era disruptivo.
Durante los siguientes años se fueron mejorando capacidades y abaratando costes hasta que, en 2007, Apple lanzó el iPhone. Nacía el smartphone, y pasábamos de estar localizables a tener toda nuestra vida en el bolsillo. De su mano nacían también las apps y las redes sociales. Desde entonces, ¿qué ha habido realmente disruptivo en el sector de la telefonía? ¿Qué hacemos ahora que sea radicalmente distinto a lo que hacíamos con un móvil hace diez años?
La adoración al dios tecnológico me chirría desde siempre porque, como todas las religiones, orilla el factor humano. Y no me refiero a que nos deshumanice y que nos enfrente, que también. Es porque evita hablar de algo tan humano como la moda. En la tecnología hay modas. No es todo tan sesudo y espacial como parece. La Inteligencia Artificial se nos presenta ahora tan inevitable como los pantalones pitillo en 2014, pero es posible que dentro de diez años echemos la vista atrás y pensemos “¿cómo iba yo tan apretado?”. En el presente necesitan marketing, conferenciantes, adanismos, el rumor de que se ha inventado la rueda, de que es the next big thing. Todo para estar en boca de todos y así cumplir su objetivo final, legítimo pero no casual: generar dinero. Y el año que viene, una nueva disrupción. Esta sí. De verdad.
FLECHITA PARA ARRIBA
Vengo de pasar un finde bastante trambólico y muy divertido en Ibiza. Ya os contaré, chicas.
FLECHITA PARA ABAJO
De todos los atascos que he conocido en la vida, sin embargo, el más alucinante es el de esta misma isla los domingos de verano, para entrar al aeropuerto. Da para cuento de Cortázar.