En más o menos un mes estaré haciendo promoción de mi libro. Eso significará entrevistas, encuentros, titulares de prensa; en resumen, exposición. Mi cara o mis palabras saldrán al encuentro de miles de personas que pronto se formarán una opinión sobre mí, sobre quién soy, qué les parezco.
No tengo ningún miedo a qué dirán sobre el libro. Estoy muy convencido sobre él. Contiene mis mejores horas, mi oficio y mi humanidad. Mi extrema curiosidad por la condición humana. Estoy satisfecho. Mi libro es una destilación de muchas cosas, el nacimiento a través de la creatividad de un soplo que solo existía en mi cabeza, gaseoso, inasible. En mi libro soy Dios. Y esta vez, además, creo que he sido Dios con herramientas.
Digo que de mi libro estoy seguro porque es una obra cerrada, inamovible. ¿Pero de mí? Continuamente me pregunto quién soy. Por qué hago las cosas. Por qué me atraen o me producen rechazo. Soy de la escuela de Montaigne. Me examino a cada paso, a cada cuestión, y nunca termino de atraparme. Aun así, hay cierta esencia, cierto espíritu que siempre perdura en mí. Una especie de mirada. A eso me aferro.
Pero, ¿qué piensan de mí los demás? ¿Quién soy yo para ellos? Esa es la pregunta que me aterra y me ata a la silla. Y es absurda. Ni siquiera vivimos bajo la mirada de los demás; vivimos bajo nuestra percepción de esa mirada. A la grandísima mayoría de la gente le importamos un pepino, basta con pensar en las pocas personas que nos importan a nosotros de verdad. Pero el miedo está ahí. El miedo a sentirte el emperador y de repente descubrir que estás desnudo.
De pequeño soñaba mucho con que iba al colegio en pijama y no me daba cuenta hasta que, al entrar en clase, un niño lo señalaba. “¡Que va en pijama!”. Eso es lo que me asusta. La diferencia entre cómo me percibo yo y cómo me perciben los demás. El miedo a que la distancia sea enorme y haber estado haciendo el ridículo todo el rato, viviendo en una realidad paralela. El miedo a la ignorancia.
¿Quién soy, verdaderamente, a ojos de los otros? ¿El hijo de Pablo Isla? ¿El novio de Isa Hernáez? ¿Un pijo, un vago, un frívolo con la vida regalada? ¿Un tío sin talento, bohemio de pacotilla como consecuencia de tener unos padres con dinero? ¿Un raro? ¿Una isla distante? Esas son las malas, claro, las que más pesan.
¿Pero y si los demás ven en mí lo contrario? ¿Quizás un faro, una luz, alguien atrevido, un tipo al que admirar? ¿Un hombre joven que, lejos de vivir en la inopia de sus circunstancias, se cuestiona continuamente lo que le rodea? ¿Un puto genio? ¿Y si me estoy poniendo la zancadilla yo solo en lugar de echar a volar a hombros de las masas?
Es curioso cómo, en la época de las redes sociales –en las que todo el mundo elabora una representación teatral de su vida– somos tan permeables a la mirada ajena, una mirada que realmente solo está consumiendo y presentando otras máscaras sin conocer a nadie de verdad. Y siendo esto así, ¿por qué tantas veces me resulta mucho más certera la máscara de los otros que la mía?
Quizás en lo único que deba confiar es en mis intenciones. He escrito este libro desde el amor y la honestidad. Es el punto desde el que intento actuar siempre. Es muy distinto ser el emperador trajeado y que te descubran que vas desnudo que ir desnudo desde el principio, a sabiendas. Hay algo ahí que lo traspasa todo. Me voy a equivocar, seguro. Pero estoy convencido de una cosa: las intenciones, por encima del ruido, se transmiten. Y son las únicas que puedo controlar. Lo quiera o no, yo solo soy dueño de mí mismo.
FLECHITA PARA ARRIBA
Estoy muy muy enganchado y emocionado con El don de la terapia, de Irvin D. Yalom. Sencillo y sorprendente.
FLECHITA PARA ABAJO
En casa de herrero cuchillo de palo, o dime de qué presumes y te diré de qué careces. En este caso, las actitudes de los fundadores de Podemos con las mujeres. Lo peor de todo… ¿De verdad le ha sorprendido a alguien?
Supongo que eres todo y nada de lo que dices, una mezcla de luces y sombras. Entenderse a uno mismo ya es complicado, pero hacerlo a través de los ojos de los demás es, sin duda, un callejón sin salida. Lo subjetivo no se puede demostrar; es lo opuesto a una operación matemática. Sabemos que 2+2 siempre será 4 en cualquier idioma, en cualquier contexto. Pero cuando transmitimos una emoción, una broma o un simple comentario, podemos ser para unos un necio y para otros un sabio. Ninguna percepción es más cierta que la otra, solo depende de quién escucha y desde dónde lo hace.
Te conocí a través de un excompañero tuyo de clase con quien trabajé. Le comenté que me gustaba escribir y, sin pensarlo mucho, me habló de ti. Me sorprendió el camino que habías tomado, sobre todo porque venías de una posición donde todo parecía ya escrito. Hijo del CEO de Inditex, un nombre omnipresente en cualquier conversación sobre éxito empresarial, y aun así, elegiste algo distinto. Al principio, leía tus posts casi de incógnito, sin siquiera una cuenta en Substack. Con el tiempo, sin darme cuenta, te convertiste en una de las razones por las que finalmente me animé a crearme una.
Yo, en cambio, prefiero mantener el anonimato. No porque no tenga nada que decir, sino porque aún no sé si quiero que el mundo escuche mi voz con mi nombre real. Pero en ti veo a alguien que ha elegido el riesgo de ser auténtico. Alguien que hace lo que realmente le apasiona, que rompió con lo que se esperaba de él, y que, por encima de todo, tiene talento. Porque escribir no es solo una habilidad, es un combate constante con uno mismo. Un desafío de los jodidos.
El rey puede ir desnudo, y aunque escandalice a muchos, mientras él lo sepa y no se engañe a sí mismo, ¿qué más da?
Abrazo, crack.
Uff! ¡Lo disfruté mucho!, algunas veces me hago preguntas similares. Me quedo con: "las intenciones, por encima del ruido, se transmiten. Y son las únicas que puedo controlar. Lo quiera o no, yo solo soy dueño de mí mismo." Me ha tocado una tecla.