Lust for life fue el segundo disco en solitario de Iggy Pop, y también el segundo en contar con David Bowie como colaborador. Lo grabaron en Berlín en 1977, una ciudad oscura, apocalíptica y partida por el muro. En medio de ese escenario deshumanizado encontraron aquel insaciable “apetito por la vida”… En su caso, el apetito incluía todo tipo de drogas y noches enteras sin dormir, entre sombras de punks, comunistas y cráteres de la Segunda Guerra Mundial. Vale. Un poco extremo, quizás.
Salto de escena a la habitación de mi hermana pequeña (17 años), que en este caso voy a usar como habitación genérica de su generación. Hay algo de su mentalidad que ha cambiado, no digo respecto a Bowie, sino respecto a la quinta de su hermano mayor. Cada vez son más fuertes los movimientos entre jóvenes contra el exceso: no beben, no fuman, no trasnochan, se cuidan a sí mismos. Y eso, que en apariencia es positivo, para mí encierra algo perverso.
A los diecisiete años yo solo pensaba en salir, ligar y tocar la guitarra a un volumen infernal. En resumen, hacerme mayor. Y para ello necesitaba a los demás. La gente, la carne, lo material, el conflicto. Apenas empezaban los móviles inteligentes. El mundo todavía se podía tocar. Y te exigía salir a su encuentro. Te agarrabas tu pedo, te enamorabas y te echaban del colegio por fumar. Ritos de paso.
Igual que yo, todos los humanos de todas las civilizaciones han buscado alterar puntualmente la consciencia. Hasta algunos tipos de monos comen frutas podridas que han generado cierto componente etílico para emborracharse. Entonces, ¿con qué está alterando la consciencia la generación de mi hermana? Para mí, la respuesta es clara. Con el móvil.
El scroll infinito se parece a cierto tipo de opiáceos. Anula por completo tu percepción del tiempo y de las cosas. También te quita el apetito por todo lo demás. Los heroinómanos –perdón por la exageración– no ansían nada, no sienten ni padecen. Solo flotan en una nube. Bajarse de ella les resulta insoportable. Tengo la sensación de que la generación del autocuidado repite algunos de esos mecanismos. Trata la vida como un objeto punzante, algo de lo que protegerse. El móvil es una droga de evasión. Te envuelve de sobreestímulos hasta que ya no sientes nada.
La cosa es que para tener apetito primero hay que pasar hambre. Y lo digital mata el hambre, la espera. El porno te quita el hambre del sexo real. Las redes sociales, de la belleza real (la belleza real no es solo que te gusten los michelines, ojo, también hay gente que está buenísima al natural, simplemente no están hechos de píxeles). Las apps, de la atención real…
Sé que sueno un poco abuelo cebolleta, pero la realidad es que en la era en la que menos dramas históricos vivimos (plagas, guerras…) es cuando más desórdenes mentales afloran. Y eso se ve especialmente en los adolescentes, más hijos de su tiempo que nadie. Es una época de paranoia y ansiedad. ¿Por qué? Si objetivamente estamos mejor que nunca. Si objetivamente tenemos todo al alcance de la mano.
Dice el Tao Te Ching:
Ante un exceso de colores
el hombre se queda ciego
ante un exceso de sonidos
el hombre se queda sordo
ante un exceso de sabores
el hombre se queda insensible.
No son la generación más sensible de la historia, sino la más insensibilizada. No es su culpa, claro, pero para estar vivo hay que desear. Tener ganas de algo. Sin hambre, sin ausencia, no es posible el apetito. Y sin apetito por la vida, solo hay insatisfacción.
FLECHITA PARA ARRIBA
De todas las versiones de canciones de John Lennon habidas y por haber creo que esta de Donny Hathaway me parece la mejor. Pelos de punta.
FLECHITA PARA ABAJO
Estoy tan feliz últimamente que me gustan hasta los temporales, así que esta semana no hay nada negativo que destacar. ¡Gracias!
Estoy tan de acuerdo con lo que dices! Quién me iba a decir a mí, como padre, que los viernes y sábado noche iba necesitar alentar a mi hija a que saliera de fiesta.
Que maravilla de News!!!! Ole ole ole. Muy clarividente!!! 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻