Igual que la sexy arpía de Love Actually, “I don’t want something I need, I want something I want”. El regalo excita el deseo, no la necesidad. Parte de su gracia es recibir objetos que, por su inutilidad, nunca habríamos comprado por nuestra cuenta.
Regalar experiencias siempre me pareció un poco confuso. Un jarrón es una cosa certera, mientras que una experiencia resulta volátil, impredecible. No se puede premeditar del todo. Las mayores experiencias de mi vida surgieron de una manera espontánea, genial, nunca porque me las regalaran con los límites bien definidos.
Cuando he regalado libros –especialmente cuando he regalado libros estando enamorado– he pretendido que plantasen una embajada por mí, que por medio de las palabras de otro se transmitiera algún pedacito de mi personalidad.
De pequeño nunca sabía cómo reaccionar a los regalos y tras ellos siempre encontraba un poso de decepción. Al final, la expectativa del regalo era más excitante que el regalo en sí. Eso era cuando solo venían de los padres y se daban por hechos. Ahora que también vienen de amigos y novias, cada regalo es un auténtico regalo. Vienen a decir “me acuerdo de ti”.
El único regalo que implica una auténtica generosidad es el tiempo. Lo demás son solo detalles.
El regalo como ritual es una cosa muy antigua, casi inherente a la condición humana. Ahora está chutado de hormonas capitalistas, vale, pero del mismo modo que gritamos “odio eterno al fútbol moderno” un gol sigue siendo un gol.
Cuando hago un regalo a una persona que de verdad me importa nunca sé si puede más la ilusión por regalar o el ansioso deseo de no haber fracasado.
Las Navidades pasadas le hice a mi madre un regalo tan horrible que cada vez que lo veo me sigue dando vergüenza. Era, como habréis podido adivinar, un jarrón.
Regalar es un acto simbólico, mucho más allá del significado material del regalo. Cuando compramos o vendemos algo, la relación se extingue en el momento en el que se produce. Cuando regalamos, creamos la obligación implícita de un contrarregalo. Una relación humana.
Algunos regalos son tan desmedidos que pasan a la historia. Nabucodonosor II le construyó a Amitys los Jardines Colgantes de Babilonia. Shah Jahan, el Taj Mahal a su esposa favorita. Adriano, el emperador romano, colmó a su amante griego Antínoo de regalos en vida; a su muerte, le fundó una ciudad (Antinoópolis), lo deificó, mandó acuñar monedas con su cara, llenó las ciudades del imperio de estatuas suyas, le edificó templos, le puso su nombre a una constelación y hasta constituyó unos juegos (los Grandes Juegos de Antínoo) que rivalizaron con los Olímpicos. ¿Y quién no haría lo mismo, si pudiera?
En inglés, cuando alguien está gifted es porque ha nacido con grandes talentos o una particular habilidad. En español, cuando alguien está regalado es porque se encuentra en un estado de placidez absoluta. Como yo ahora.
FLECHITA PARA ARRIBA
Cierro este año de Sonajeros hasta la vuelta de las vacaciones muy agradecido, peña. Es un gusto que me leáis y recibir vuestros comentarios. Además, esto tiene un puntito más íntimo que las redes sociales. Somos novios.
Estos días he vuelto a escuchar Father of the Bride, el último disco de Vampire Weekend. No es navideño ni nada por el estilo, pero hay algo en su milagrosa luz que me recuerda al sol de invierno.
FLECHITA PARA ABAJO
La única pega que le puedo poner a 2023 es que ya se acaba. Ha sido excepcional en todos los sentidos. Y, como decimos todos los matados, estad atentos porque en 2024 se vienen cositas…
Gran newsletter Santi!! Que bien escribes. Me ha gustado eso de que “El único regalo que implica una auténtica generosidad es el tiempo. Lo demás son solo detalles”. 💙